Revisando viejos archivos de prensa me encontré con Gabriel Salazar defendiendo el modelo asambleísta tan ampliamente usado por los estudiantes secundarios, por los de ahora, por los que lo somos o los que lo fuimos, y quizás durante un buen tiempo, por los que vendrán. Entonces, frente a sus halagos a nuestra forma de organizarnos tan horizontalmente, respetando las voces de todos los compañeros, eligiendo voceros, no dirigentes, es que se me pregunté ¿En cuántas asambleas secundarias habrá estado Gabriel Salazar?
En muchas, me respondí de inmediato; entonces me formulé otra pregunta ¿En cuántas asambleas secundarias habrá estado sin que los estudiantes supieran que estaba? En pocas o ningunas, concluí, lo que me llevó a pensar que quizás de ahí se deba su confianza y gran admiración por la forma organizativa que hemos levantado.
El señor Salazar, lamentablemente, como muchos lo hiciéramos, se ha equivocado. Las asambleas no son sino sátiras lastimeras, hipócritas y cínicas, antes de una organización real y funcional. Lamentablemente los voceros son voceros y no dirigentes mientras las decisiones tomadas por las bases no sean equivocadas, pues si el resultado no es el esperado, el vocero pasa rápidamente a ser dirigente y a cargar con la culpa por no haber hecho lo que correspondía; el vocero no es sino una falsa ilusión de sí mismo y de la asamblea.
¿Cuántas asambleas realizadas en cualesquiera de los contextos secundarios habrá logrado resolver lo que se proponía?
Seguramente el señor Salazar, y no a forma de ataque personal, no le habrá tocado hacer callar a la muchedumbre imprudente en medio de una asamblea, pues si así fuera sentiría como un martirio cada asamblea que se acerque. No, las asambleas no pasan más allá de un romanticismo donde gana la voz mejor proyectada o la garganta más desgastada, donde gana la efervescencia frente a cualquier otra cosa; son el templo de la sinrazón. Congoja por la equivocación del señor Salazar, pues no ha sido el primero, ni ciertamente tampoco será el último en idealizar estas manifestaciones desesperadas del descontento, que sin menos preciar a los defensores del descontento, no son más que eso.