¡¿Revolucionarios?! ¿Dónde?

¡¿Revolucionarios?! ¿Dónde?

No soy de los que piensa que en tal o cual autor podemos contrar todo lo teóricamente necesario o todo el conocimiento necesario, ni, de hecho, soy de los que piensan siquiera que en algún autor se puede encontrar todo lo necesario, ni, finalmente pienso siquiera que la suma de todos los conocimientos -obviando la suma y resta que resultaría de las contradicciones que encontraríamos entre los mismos autores- culmine en un conocimiento y en un desarrollo teórico que cumpla con todo lo necesario para cuando se vaya a hablar de política, Estado, revolución, etc.

Sin embargo, pienso que en el momento actual de la política revolucionaria chilena, los revolucionarios pueden descansar tranquilos y no darse un quebradero de cabeza frente a lo anunciado anteriormente, pues, aun cuando se haya acusado la posible falta de desarrollo teórico, el problema actual está lejos de ser un problema teórico.

Hay y existen frases que de tanto ser repetidas pierden su sentido y se asumen con naturalidad frente a una situación, incluso ya ni la más mínima reflexión pasa sobre ellas; quizás, no la frase, sino la palabra revolución ha sufrido también de ese mal trato.

Alguna vez pensé que no era tan relevante cuan comprendida fuera la palabra o cuan a pecho se tomara, pues en última instancia podía tener la satisfacción que hoy, al menos, se hablaba de ella y no quedaba renegada a ser una palabra más.

Pero mientras la revolución era una publicación o un tema prohibido digno del Index Expurgatorius, ésta era más valorada, atesorada y se tomaba con mucho más rigor; hoy, por el contrario, ha pasado a ser una triste sátira de un Best Seller: no podemos esperar sino que sea tomada como un pasatiempo y que genere una gran tendencia. Entre una quinceañera que adorna las paredes de su pieza con afiches de Crepúsculo y un quinceañero que lo hace con fotos y frases del Ché no existe mucha diferencia. Mientras la primera lo hace por un asunto de estética de la trama, el segundo lo hace por un asunto de estética en la tragicidad de su historia.

Sé que me ganaré el odio, el enfado y la crítica pasional de más de alguno, pero soy capaz de afirmar que los estereotipos y etiquetas, para bien o para mal, tienen un importante peso, en especial en nuestra sociedad; y, nuevamente, para bien o para mal, teniendo eso en cuenta, considero que los revolucionarios con la estética, con su comportamiento, su ejemplo y finalmente y siendo más importante, con su discursiva, flaco favor han hecho para que la situación anterior no sea la contraria.

Hoy existe un estigma respecto a los revolucionarios, esos que las viejas ven como quejones o flojos, y que a mi paso, en más de alguna vez, no he sido capaz de salir en su defensa y afirmar todo lo contrario, y es que no sé si sólo yo estoy rodeado de esa nueva degeneración o no, y en cualquiera de ambos casos, alguna buena gente podría tener la amabilidad de negarlo o afirmarlo, siempre en su generalidad.

Resulta que las luchas por las luchas, que la terquedad, que la pasionalidad por sobre la racionalidad y la mente fría, lejos de generar una revolución, está más cercano a degenerarla, y pienso que en eso han sido más efectivos que cualquier esquirol o desclazado-pequeñoburgués-cerdofascista-cerdoestalinista-cerdocapitalista-sapo-vendido-pacoderojo-machista-inconsciente-individualista-amantedelaesclavitud-intelectualcontrarrevolucionario. Y es que la incapacidad de comenzar por la emancipación de sus fetiches hace imposible pensar en que podrán emancipar al pueblo de sus cadenas; mientras las drogas, los fetiches, la berborrea sobre la libertad -esa que en realidad tienen, pero acusan su falta debido a las consecuencias que se presentarían después-, y la mayor parte de los adjetivos que adjunten a cualquiera otra descrpción sigan existiendo, jamás lograrán pararse en dos pies y dejar de andar en cuatro patas en las praderas de la revolución.

Para aquellos que gozan del sex appeal que da citar las frases del Ché o para aquellos que las citan en los momentos de alzar la moral de sus filas o bien para dar un escarmiento a sus compañeros y les recuerdan que “la revolución se lleva en la boca para morir por ella, no para vivir de ella” poca aplicación hacen de la aquella.

Excusar los actos bajo el argumento de la revolución es lo que la ha convertido en la prostituta de los indiscplinados, no obedecer un mandamiento dado con razón, fundamento y todo lo que corresponde, no es revolucionario por cuanto signifique revelarse a toda forma de autoridad, por ejemplo. Para aquellos también que odian la idea de la disciplina -y espero no sonar “miliquero”- deben saber que la falta de ella y de estructuras que estuvieran a la altura de enfrentar a otra estructura que ha tenido varias décadas de desarrollo, de aceitamiento, de engranaje y de adoctrinamiento, fue lo que hubiese hecho sumamente predecible desde el segundo día que la Guerra civil Española que ésta estaría perdida.

Las insurrecciones no se hacen con piedras y bombas molotov, nos ha demostrado la historia en Rusia, México, China y Cuba, por ejemplo; pero mientras ni siquiera sean capaces de sustentar una estructura organizada y disciplinada con las piedras, entonces que Dios nos libre de que alguna vez llegue un fusil a sus manos. Y eso, que lo mencionado anteriormente se refiere a una insurreción, pues para una revolución es necesario mucho más.

El asunto es, sencillamente, que mientras los revolucionarios sigan dedicados a acrecentar la idea de su estética proyectada y de su lucha pasional, mientras sigan poniendo los mártires ellos y no los otros -y siendo encantados con ellos-, mientras todas sus celebraciones sean conmemoraciones a derrotas y nunca una sobre una victoria, incluso de una que esté por llegar, mientras sigan encerrados en la idea de luchar, aunque no se sepa contra qué ni cómo, mientras sigan cobrando conquistas sensuales a costa del discurso, mientras la única contradicción que agudicen sea la de la vieja que al otro día de la marcha se moja por el paradero, mientras crean que quemando bancos queman el capital y mientras crean que la concienca se puede crear; aquellos que gozamos de la filosofía podemos tomarnos el tiempo de filosofar, porque lejos estamos aún de algo parecido a una revolución.

¿Solución? Como un sabio dijo: “Si bien no todo se puede arreglar con una patá en la raja…lo que no la arregla una, la arreglan dos”.

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