Hoy en día el movimiento estudiantil se ve de una u otra forma “representado” o mejor dicho aprisionado por dos organizaciones en el ámbito secundario: la CoNES y la ACES (Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios). Si bien esta última se ha caracterizado por tener una postura más radical comparándola con su familiar lejano (la CoNES) en cuanto a movilizaciones y “crítica social” se entiende, ambas coinciden en la imposibilidad de transformar la realidad educacional del Chile actual, por estar distanciadas de la realidad concreta.
La Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios nació luego que la alicaída FESES, con un discurso añejo y con nula representatividad, cayera en las manos de los partidos políticos, tal como las aves de rapiña sobre un moribundo.
La ACES vino a cambiar el panorama organizativo secundario, entendiendo que no podía ser un nido de pusilánimes dirigentes secundarios manejados por la política partidista; implementó una coordinación estructural de “estudiantes de base”, prescindiendo de los centros de estudiantes, lo cual fue todo un acierto. De ahí en más, esta coordinadora sumó adherentes y tuvo participación en las distintas movilizaciones que se llevaron a cabo en los últimos cinco años, siendo la más dura en criticar a los gobiernos de turno, quebrando varias mesas de negociación y radicalizando su postura, costándole incluso la cobertura de medios de comunicación y la aceptación de los sectores políticos “tradicionales”.
Si bien las ganas de cambiar el país y su educación es algo rescatable y esencial de la labor revolucionaria, falta mucho para que la ACES tenga realmente el peso político y social que la lleve a este objetivo.
Actualmente la ACES ha perdido simpatizantes, debido en parte a que, lamentablemente, su discurso se ha transformado en un revoltijo de palabras que no hacen más que evocar aquellos discursos populistas pseudo-revolucionario de los años 60’; un discurso en el cual no se tiene en cuenta el cambio de la sociedad chilena en el tiempo, tanto del individuo como del conjunto. Así, este mismo discurso añejo, vacío y pasado de moda no pasa ni siquiera por los oídos de la mayoría de las personas a las cuales va dirigido. A pesar de los intentos de modernizar su oratoria con palabras como “cabros”, “compas” o “aguante”, los oídos siguen siendo sordos.
Y el problema no pasa meramente por un tema de forma (como desearían los integrantes de la ACES), va mucho más allá: es un problema de fondo.
La ACES y el movimiento estudiantil en general no poseen un real carácter propositivo, son meramente agentes que critican y reaccionan según lo que ejecuta el gobierno. ¿Qué avance se logra? ¿Cómo se va a cambiar una realidad, sin proponer una distinta? Es esto lo que muchos no entienden y toman a la ligera. Gran error.
Entonces, el eco social y estudiantil nunca llegará al escuchar las criticas de siempre, las palabras rebuscadas de siempre, los mismos discursos de años anteriores, el “compañero” por aquí, la “calle” por acá. Las personas esperan propuestas, opciones, formas de cambio, algo que realmente los haga pensar y desear que la educación y el país dejen de ser la materia prima de las altas esferas políticas y económicas. Por este mismo factor cayó el movimiento estudiantil del año 2011, el cual bombardeó con consignas que luego tomó la política partidista del actual gobierno, para así, en nombre de los movimientos sociales, reformar la educación a favor de la plutocracia y en nuestro desmedro, como juventud.
Sumado a ello, nos encontramos con que las acciones y decisiones que lleva a cabo la ACES tienden a ser lentas, debido a su estructura fundamentada en asambleas, las cuales se han visto viciadas no solo por los problemas típicos de una asamblea, como son el poner orden o pasar en limpio las ideas expuestas, sino que también por los conflictos internos. Y esto teniendo en cuenta que casi la totalidad de los integrantes de la ACES son pertenecientes sólo a la Región Metropolitana, provocando que las regiones tengan poco que incidir sobre los procesos organizativos.
Como se mencionaba, otro factor que golpea a la ACES y que tiene relación con los problemas planteados anteriormente, es el conflicto continuo por parte de distintas agrupaciones políticas (como son Juventud Rebelde con sus pequeños de Ofensiva Secundaria o también las Juventudes Guevaristas) que estando en contra de los partidos políticos y la “clase política”, se comportan de igual forma que aquellos repudiables, para disputar los espacios de poder (como son la vocería, comisiones o simplemente el tomar decisiones) dentro de la asamblea. Un claro ejemplo de estos conflictos es el encontrar, hoy en día, que en la coordinadora existan dos voceras.
Atrás quedaron los tiempos, como el 2012, cuando el Frente de Estudiantes Revolucionarios (FER) -en su versión constituida el 28 de abril del 2011 y que no viviera más allá de septiembre del 2014- tuvo la ACES bajo su control. Hoy, Juventud Rebelde, continuadora del FER, no ha sido capaz de controlar la ACES debido, entre otras cosas, a la acción política desplegada en el ámbito universitario.
Queda en evidencia, pues, la falta de unidad y de compromiso real con el transformación del sistema político, social y económico en el cual estamos ahogándonos. Es en la ACES donde de mejor manera se refleja esta situación, convergiendo una gran variedad de facciones de izquierda que, en vez de elaborar propuestas, pasan el tiempo en pequeñas rencillas políticas, estancando con su terquedad, ego y ambición los procesos sociales, esos mismos procesos de los que, sin vergüenza alguna, se dicen representantes; por ejemplo, aludiendo en sus discursos “lo que desea el pueblo en su conjunto”.
Estas mismas agrupaciones son las que se llenan la boca con la palabra “revolución”, pero no conocen ni el proceso de una, ni tampoco el ser verdaderamente revolucionario.
De este modo, emiten un análisis incorrecto e ingenuo sobre el cambio del sistema neoliberal actual, asegurando que al cambiar la educación (que reproduce el sistema, dicen), “cambiará el sistema”, no teniendo en cuenta que los partidos políticos y la plutocracia jamás permitirán el cambio de la educación con dicho fin; por lo que primero debe realizarse el cambio del Estado (a uno perteneciente a la comunidad nacional) para así cambiar el sistema político y, por ende, la educación.
Esta conflictiva realidad también se refleja fuera de la organización, en la relación ACES-CoNES la cual cada vez fracciona más al movimiento estudiantil, sacándose en cara su representatividad y su forma de actuar, siendo que ninguna de las dos organizaciones constituyen una vía conducente de lo que se espera del movimiento secundario. Ni siquiera son capaces de observar sus problemas, lo que están haciendo mal y lo que pueden mejorar; no hay espacio para la autocrítica, dentro de su ego infantilista y su mal enfocada acción política no hay lugar para ampliar el espectro político-doctrinal, no hay cabida para proponer, para unirse y para hacer de los estudiantes, un cuerpo social que se represente, gestione y defienda conforme sus objetivos e intereses.
Ese es, pues, el baldío escenario de las organizaciones estudiantiles (ver artículo sobre la CoNES), sin ver en el horizonte posibilidad alguna de cambio. Se repiten los mismos errores, a pesar de que quienes participaron en las movilizaciones 2011 y 2012 son parte de las organizaciones que están detrás de la CoNES/ACES.
Nosotros, los estudiantes secundarios, los universitarios, los estudiantes con sentido de comunidad, debemos llenar estos vacíos, adoptar una posición clara, tener a la vista la experiencia acumulada de estas organizaciones, sus fallos y aciertos; proponer, coordinar y representar a través del sindicalismo estudiantil que sólo cumplirá sus objetivos en tanto se funde en los principios de autogestión, mandato imperativo y la acción directa. Esta labor revolucionaria es nuestra, y estamos dispuestos a llevarla a buen cause.