¡Mañana haremos historia!

“¡Mañana haremos historia!”;“¡Estamos haciendo historia!” son consignas habituales en política. Hoy, por ejemplo, las oímos con frecuencia en boca de quienes dicen defender la educación pública: los estudiantes. Basta una primera y veloz mirada para ver el gran designio que contienen con gran simplicidad; y para ver que ellas no llaman la atención por sí mismas. Parecen cualquier construcción a partir de palabras; pero, en realidad, no lo son.

Entrañan una serie de actitudes respecto a la vida, a la historia y a formas de lo político que merecen reflexión.

Pues bien, la frase en comento implica la conciencia de una misión histórica, misión histórica que se proyecta al futuro cargada de trascendencia. Es una arenga; un llamado que se repite siempre y da la impresión que trata de Pedro advirtiendo falsamente sobre el lobo. Es una manera de dotar de sentido a un grupo humano para guiar sus actos hoy y conseguir un fin mañana. No es solo decir “hagamos historia” en un sentido amplio del que todos podemos participar, pues implica lo siguiente: mañana cambiaremos el mundo, mañana haremos algo digno de ser contado; mañana haremos historia al realizar una misión importantísima.

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¿Qué tiene de relevante lo anterior? Dos cosas: un sentido de trascendencia más allá de lo racional y una fuerza impresionante para guiar masas.

Lo primero es algo poco usual, al menos explícitamente, en nuestra sociedad. Más allá del discurso de los derechos humanos existe un mundo del mercado y el consumismo. Nada menos trascendente y cargado de valores que nuestra realidad atravesada por cables, antenas y dinero que “circula” - en la virtualidad-  y  se concentra en pocas rapaces manos. Viva para trabajar. Trabaje para pagar sus deudas. Acumule deudas para cubrir muchas no-necesidades. Pero ¿Cuál es el sentido?

Sobre esto nos llaman la atención los estudiantes al querer hacer historia. Nos dicen que hay algo más importante que lo tangible, acaso un valor perenne o un gran ideal a alcanzar hacía él cual debemos caminar. El problema de ello es que tan solo lo hacen unos pocos, en una parcela de su vida y ocasionalmente. Se trata de un sentido de trascendencia efímero y diluido en una vida desbordante de cualquier cosa sin sentido. Cada día es como el otro; se suma y amontona sin un claro sentido. De modo tal que se vuelve inútil y desemboca en lo mismo que pretende atacar.

Lo segundo, una fuerza para guiar masas. Es una consigna entre tantas para conseguir la acción con gran efectividad. Le dice al sujeto “usted es el hombre, el sujeto histórico elegido que traerá un mundo mejor mañana. Aquel reino feliz que divisa en el horizonte, está en sus manos”. Y ello está más cerca del mito que de la razón. Son ideas a partir de imágenes antes que de abstracciones, que es lo propio del pensamiento racional. Como lee: el mito no es algo que esté fuera de nuestra vida, sino que convive con nosotros. Aquello que se enseña en los programas escolares de que existe un paso del mito a la razón en nuestro mundo occidental es falso. Cierto es que existe una preponderancia de uno sobre otro como patrón al que referimos y por el que guiamos nuestra vida. Empero, ello no lo ha desterrado de nuestra vida y menos aún de la política.

En virtud de lo anterior, de la existencia y efectividad del mito, es que damos una mirada sobre él, intentado verlo mediante la “razón”, de modo tal de ver si se justifica o no su utilización. Hay que tener cuidado de aquello que puede ser peligroso.

Ahora bien, racionalmente, sabemos que la frase en cuestión solo puede comprobarse a posteriori, no obstante  ella pueda ser sentida con mucha sinceridad y convicción antes de tal comprobación. Es decir, la veracidad de la premisa sólo se puede saber una vez consumados y asentados los valerosos hechos. En este sentido, si vemos que el llamado nunca se cumple hay que desconfiar. Tan solo haga memoria y cuente todas las veces que se repiten las frases en comento  ¡Verá cuantos años llevamos “haciendo historia”!

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Desconfiar significa pensar y no sentirse portador de ciertas consignas que suenan mucho, pero tienen poco. Y de lo poco, muchos gato pardos, pues ese tanto “hacer historia” es un cambiar todo para que todo siga como está. En este sentido, desconfiar se vuelve una estrategia para proteger del desgaste  que sufren anhelos tan honda y justamente queridos en manos y boca de falso y ramplones revolucionarios.  En consecuencia, conviene “no hacer historia” cada vez que nos llamen, sino que pensar y prepararse para hacerla de verdad. La revolución no es cosa fácil..

La reflexión sobre la frase tiene tres propósitos: protegernos de usos instrumentales inútiles; protegernos de aparentes cambios; proteger los más nobles fines.

Asimismo, revela como en nuestra vida forjamos, con mayor o menor grado de conciencia formas de entender el mundo que desbordan a lo que estamos acostumbrados. Creer que se hará historia, en el sentido aludido, presupone un punto de referencia sobre nuestro pasado, presente y futuro. Un espejo que sirve para vernos. Un faro para saber hacia donde ir. Un espejismo que guía a un cuerpo cansado. Pero no es solo una cuestión práctica que se encuentra muy presente en las religiones, por ejemplo, ¡Es también un ingente ejercicio intelectual!....Cuyos resultados suelen ser de pésima calidad.

Finalmente,  y enmarcando lo dicho en este artículo, es posible concluir que las formas míticas perviven y debemos asumirlo buscando a la razón. Ambas viven buscándose y superponiéndose. A veces corren más juntas que otras y debemos estar atentos. No ver ello, es  uno de los graves problemas del racionalismo. Cubren la vida con un  dedo y se dedican a mirar tan solo una parcela de la misma. Nosotros, muy por el contrario, partimos de una premisa distinta que vale para todo ámbito de cosas: debemos partir de la realidad si queremos hacer del nuestro un mundo mejor.

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